
Siete años habían pasado desde el último disco de los de Berriozar, En mi hambre mando yo. Más de un lustro de sequía en el que los aficionados no paraban de especular y, sobre todo, desear la llegada de uno de los grupos baluarte del rock nacional. Hace apenas dos meses, el 5 de abril, presentaban En las encías, primer adelanto de lo que iba a ser El azogue. De hecho, el anuncio del nuevo disco y gira se había producido también poco antes, entre el asombro y el deseo de los fans. En mi hambre mando yo dividió la opinión de los seguidores entre quienes encontraban la continuación de uno del grupo de rock más icónico de principios de siglo y quienes lo encontraban como uno más en la discografía, y lo cierto es que, para estos últimos, la historia puede que se haya repetido con este nuevo trabajo.
Para la banda, las cosas no han cambiado mucho. Más allá de los problemas personales de cada uno, y los proyectos paralelos, la esencia de Marea sigue ahí. Kutxi Romero con sus personales letras y sus quejíos, Kolibrí Díaz a la guitarra solista, César Ramallo acompañándolo como guitarra melódica, el Piñas a las cuatro cuerdas y Alén Ayerdi llevando el tempo. Es raro ver una misma formación tanto tiempo, pero más lo es que esos músicos aguanten toda una carrera juntos, y es, sin duda, una de las claves en el sonido de los de Berriozar.
Llegaban a Valladolid con poco rodaje, tan solo siete conciertos de una gira que rondará los 40 y visitará toda la geografía española. Acompañándoles estaban nada más y nada menos que sus hermanos de Bocanada, (literalmente, pues, para quien no los conozca, el cantante, Martín, es hermano de Kutxi Romero). Junto a este, la formación la completan Juan a la guitarra, Rupi al bajo y Pepo a la batería.
Pero, antes incluso de que estos salieran al escenario, ya se vislumbraban a los primeros fans haciendo cola a la puerta de la hípica o mientras uno llegaba a en coche. Bajo un calor que pegaba como el Potro de Vallecas en el videoclip de En las encías, poco a poco se iba acercando gente con cerveza para refrescar y sus camisetas con el clásico logo de la calavera y las navajas.
Poco antes de las nueve, las puertas se abrieron, y con ello se agolpaban los primeros acalorados, deseando pedir una cerveza en la barra y buscar algo de sombra. Con el objetivo cumplido, lo único que faltaba era arrimarse al escenario y dejar que empezara el espectáculo. Y llegó el momento. Bocanada pisaban tablas y unos acordes bastaron para que empezara la fiesta. Pero faltaba lo mejor, el rugido del jabalí, Martín Romero. Por fin se mostró y entre gritos y bailes tardó poco en meterse en el bolsillo tanto a los mayores fans como a quienes eran vírgenes en su música. Diez años llevan recorriendo salas y festivales, tiempo en el que han sacado cuatro discos. En los 45 minutos que duró su concierto interpretaron temas de todos ellos, desde Río a Tu nombre se escribe con sangre. Riffs crudos y un Martín desbocado resumen bien lo que fue su puesta en escena, donde no faltó tiempo para bajar a cantar con los fans o rasgarse las vestiduras (literalmente, pues la camiseta le duró poco). Puro rock & roll.

Una vez terminado el calentamiento, con la luna en su sitio y las gargantas preparadas, solo quedaba esperar el plato fuerte. En apenas cuarto de hora estaba ya todo montado y la batería de Alén lista para recibir los primeros golpes. Tras el estruendo de estos, el Piñas, Kolibrí y César hacen vibrar sus cuerdas. Cabe mencionar, por cierto, la camiseta del primero, rezando un Who the fuck is Kutxi Romero?, como si de Mick Jagger se tratara. Todos se preguntaban cuándo saldría el propio Kutxi, quien no tardó en hacerse de rogar y hacer aumentar los decibelios de la hípica con los gritos de los fans. No necesitó más que un “Buenas noches, Pucela”, y con su traje, bastón y sombrero la imponente imagen del cantante acaparó todas las miradas.
Venían a presentar El azogue y quedó claro, pues el primer repaso se lo dieron al disco. Jindama, La noche de Viernes Santo o En las encías fueron presentadas ante un público que, pese a la novedad del álbum, se sabía y cantaba las canciones. Sin embargo, en un grupo como Marea, tan importante para mucha gente desde hace décadas, los clásicos mandan. Y es que puede que sea la última gran banda de rock surgida en España, en cuanto a masas se refiere, con temas que ya se pueden considerar himnos. Corazón de mimbre, La luna me sabe a poco, Mierda y cuchara o En tu agujero resonaban más, y de eso no había duda. Pero si los fans disfrutaban, el ambiente se contagiaba también en los músicos. Un César tímido y alejado de los focos, a un lateral, acabó por unirse a la fiesta junto al Piñas, unas miradas cómplices les bastaba para acaparar lo máximo de escenario posible, mientras Kolibrí a lo suyo: hacer gritar, llorar y cantar las dos Stratocaster que sacó. Como si nada, igual quien respira sin darse cuenta, sus solos aupaban las canciones como solo él puede hacer.
También hubo tiempo para que el Piñas agarrara el micro, para imitaciones de Evaristo y, al igual que Martín, para que Kutxi interactuara con el público y bajara del escenario a cantar con el público.

Dos conciertos llenos de entusiasmo por parte de ambas bandas, solo manchado por el fan que lanzó un vaso lleno de cerveza a Kutxi al final del concierto, lo que se tradujo en una cara de desconcierto y enfado por parte del cantante y el resto de miembros de la banda. Punto y final amargo que hizo que esa fuera la última canción del bis, pero que no borra las más de dos horas de Rock & Roll que pudimos disfrutar y, según el propio Kutxi, puede que las últimas de Marea en la ciudad. Si aún no los has visto, aprovecha, puede que no haya más oportunidad de ver a la banda en directo, y aún les quedan unos 30 conciertos de gira.
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